comunicando la verdad
Por Julián Vera Polanía. Coordinador Nacional Comunicaciones
“Procuró el Predicador hallar palabras agradables, y escribir
rectamente palabras de verdad” (Eclesiastés 12:10)
Cuando conocemos la Verdad de Cristo, nos es dado el querer comunicarla con rectitud, para que produzca el efecto de la salvación, predicarla no es fácil, porque el mundo le cree más a la mentira; lo vemos claramente en los medios de comunicación, donde las buenas noticias no tienen rating, pero sí las falsas que generen sospecha, intriga y escandalicen a la sociedad, estas son las más seguidas. La humanidad está inclinada al engaño, fácilmente creen a los palabreros que ofrecen señales y experiencias sobrenaturales, pero no creen a la Palabra que da salvación y vida eterna, esta realidad nos plantea el desafío: ¿Cómo dar a conocer la verdad del Evangelio? La respuesta está en nuestro máximo ejemplo, el Señor Jesucristo.
La Verdad no se discute, simplemente se declara, esto hizo el Señor en las sinagogas “Y venido a su tierra, les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban, y decían: ¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros?” (Mateo 13:54). Esta certeza producía en los que creían, entendimiento y manifestaciones de poder, pero en los que dudaban generaba gran enojo “Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira; y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue” (Lucas 4:28-30). Solo debemos predicar la Verdad, Él se encarga del efecto que ella produce en las personas, por esta razón nos dejó esta ordenanza: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:15-16).
La Verdad se debe predicar con autoridad, esto nos lleva a mirar quién es el que la declara, “Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Marcos 1:22). Los fariseos se preocuparon de callar al hombre que hablaba con más poder que ellos y mandaron alguaciles para prenderlo, estos volvieron sin el Señor Jesús, pero si, con su mensaje “Los alguaciles respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46). Esta autoridad con que habló el Señor, está cimentada en su testimonio de vida, nadie podía acusarle de pecado, tal ejemplo es muy grande para nosotros, Él mismo nos proveyó el camino de la santificación, “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Los que vivimos en Cristo, tenemos la bendición de predicar con autoridad su Palabra, porque el testimonio de Él está en nosotros: “…pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).
La Verdad permanece, aunque es atacada, desdibujada y cuestionada, “Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía; y desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!” (Mateo 27:27). La Verdad no la defendemos con palabras, ella al final prevalece y los incrédulos tienen que dar testimonio: “El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mateo 27:54); así que, al predicar con certeza su Palabra, sabemos que todo tiene cumplimiento en el tiempo de Dios, no en el de los hombres. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Lucas 21:33).
Nosotros conocemos la Verdad y debemos comunicarla sin discusión alguna: Él es uno y uno su Nombre, siendo Dios se hizo hombre para morir en la cruz y resucitar proveyéndonos la salvación, ahora su Espíritu mora en nosotros; el Señor es la cabeza y nosotros su cuerpo; debemos comunicarla con autoridad, expresando que se debe amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, porque el que no ama, no ha conocido a Dios y si no lo conoce ¿Cómo hablará de Él? Debemos tener la certeza que la Verdad prevalece y aunque el mundo se burle, un día esta Iglesia saldrá triunfante a morar con el Señor en la eternidad.
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